La mesa y el pan

J. Herculano Pires

Kardec explicó el problema de la mesa en las sesiones espíritas con su habitual naturalidad: es el mueble más cómodo para sentarnos alrededor de él. Apartaba así cualquier resquicio de misticismo y magia, de rito y sacramento en el acto mediúmnico. Sin embargo, hay quienes consideran ese acto puramente místico y mágico, recordando la evocación y la oración. No nos sentamos alrededor de la mesa únicamente para conversar o escribir, sino también para alimentarnos. La alimentación que tomamos en la mesa espírita no es material, sino espiritual. La evocación no es un rito, sino una invitación. Antes de sentarse a la mesa las invitaciones ya fueron hechas, pues basta con pensar en un espíritu para evocarlos. Ellos atienden o no nuestras invitaciones, pues son libres y no están sometidos a ningún poder humano. Más el pan que ponemos sobre la mesa es el pan espiritual de la oración, que será partido y servido en el momento del adoctrinamiento.

Nos cuenta el Evangelio de Lucas el episodio conmovedor de los discípulos camino a Emaús. Después de la resurrección de Jesús, Cleofás y un compañero seguían, al atardecer, hacia esa aldea, apartándose del escenario angustiado de Jerusalén. Un extraño los alcanzó y acompaño, conversando sobre la muerte y resurrección de Jesús. Se detuvieron en una posada para alimentarse. Se sentaron a la mesa con aquel extraño. Pero en el momento en que él partió el pan, los discípulos lo reconocieron: era el Maestro resucitado. Pero inmediatamente el Señor desapareció y en la mesa sólo estaban los dos. Es fácil imaginarse el asombro de los discípulos. El vacío de la mesa y el silencio del anochecer, que ya comenzaba, debe haberles parecido más lleno de rumores y alegrías que las mesas de los banquetes festivos del mundo.

Y eso es lo que precisamente sucede en las mesas simples, sin artilugios, de una verdadera sesión mediúmnica. El color del mantel poco importa. El color blanco no interesa en el acto mediúmnico más que el rojo o el marrón. La pureza exigida es sólo la de las intenciones. Los invitados están alrededor y no son conocidos. Surgen en el camino, en la penumbra del crepúsculo, como extraños. Pero en el momento de partir el pan ellos se manifiestan. Hecha la oración simple de la apertura de los trabajos podemos ver, por la forma en que parten el pan, que son ellos. Iniciamos entonces la conversación necesaria y luego ellos desaparecen así como aparecieron, retornando a lo invisible, en el seno de la noche.

¿Cómo pueden los cristianos de todas las denominaciones censurar ese banquete sencillo y atribuirlo a influencias diabólicas? ¿Cómo pueden decir que todo eso no pasa de ser una ilusión, locura o mistificación? ¿Nunca leyeron, ni por casualidad, el tema sobre los dones espirituales en la I Epístola de Pablo a los Corintios? ¿No vieron que el apóstol confirma el simbolismo conmovedor del camino a Emaús, relatando las sesiones mediúmnicas de la era apostólica? ¿Y cómo pueden algunos espíritas quebrar la armonía de esas reuniones espirituales con aparatos inútiles e innecesarios, con la introducción de sistemas pretensiosos en las sesiones mediúmnicas? Si queremos deformar y ridiculizar la práctica espírita, basta con exigir el mantel blanco en la mesa, vestir a los médiums con vestidos blancos y rituales, obligarlos a hacer una corriente de manos y otras tonterías por el estilo. Es lo que hacen los espíritus mistificadores, a través de los dirigentes supersticiosos e ingenuos.

Para comer el pan de la verdad sólo necesitamos de los dientes del buen sentido. Por eso el comensal del hostal de Emaús simplemente desapareció después de partir el pan. Todas las técnicas inventadas por hombres vanidosos, de disciplinas rígidas a la hora de la sesión, de palabras mágicas y gestos misteriosos, no pasa de ser la maleza en la cosecha. La práctica espírita debe ser racional y simple, pues toda la escenificación sólo sirve para estimular mistificaciones.

Hay personas que desean hacer sesiones a plena luz, por creer que la penumbra habitual da motivo a desconfianzas y representa una modalidad de formalismo. Pero la penumbra es necesaria para la buena concentración de los médiums y de los asistentes. La iluminación normal de la sala provoca distracciones, penetra los párpados y rompe el ambiente de recogimiento. Claro que no se debe hacer con oscuridad excesiva y mucho menos completa, pero la penumbra del ambiente no es un formalismo, es una exigencia natural de la concentración serena. Además de esas razones evidentes, conviene recordar que el exceso de luz ejerce influencia inhibitoria sobre los médiums y en la emanación fluídica del ectoplasma. En todas las reuniones mediúmnicas el ectoplasma se libera para ayudar las ligaciones periespirituales entre médiums y espíritus. Tenemos que saber distinguir entre lo necesario y lo superfluo, entre lo conveniente y lo inconveniente, sin hacer concesiones a la ignorancia o la desconfianza de los que no entienden del asunto.

El  problema de la concentración mental es también uno de los menos comprendidos. La concentración de los pensamientos en una reunión mediúmnica no corresponde a la concentración individual de una persona en un determinado problema a resolver o en un estudio a realizar. Se trata de una concentración colectiva de pensamientos volcados hacia un mismo objetivo. Cuando todos piensan en Dios o en Jesús, todos los pensamientos se concentran en una sola idea. La palabra concentración sugiere un esfuerzo mental continuo para mantener el pensamiento fijo en una imagen. Eso perjudicaría los trabajos mediúmnicos, creando un ambiente de tensión mental exhaustiva. No es tensión o esfuerzo lo que se necesita, sino de relajación y tranquilidad. Todos deben volcar su pensamiento hacia un objetivo superior, generalmente hacia Jesús (pues pensar en Dios es más difícil) y todos deben mantener la idea de Jesús en la mente, sin esfuerzo ni preocupación, como quien se acuerda de un amigo lejano. Ese estado mental de recordación, no es el de la imagen o figura de Jesús, sino de su persona, de sus actos, de sus enseñanzas y de lo que él representa para nosotros, debe ser mantenido en el transcurso de la sesión. Cuando se nota que el pensamiento se desvía hacia otros rumbos, lo que es natural, se hace que retorne suavemente a la idea central. El ambiente de una sesión es mucho más favorable cuanto menos tensiones y preocupaciones existieran en la reunión. Las  evocaciones mentales de los asistentes y médiums, solicitando la manifestación de seres queridos o de espíritus amigos son perjudiciales, pues rompen y agitan el ambiente mental de la sesión. Pensar en un espíritu es evocarlo, como enseña Kardec. Quien asiste a una sesión con la esperanza de recibir una comunicación de este o aquel espíritu, ya lo evocó. El atenderá si le fuera posible. Durante la sesión sólo se debe pensar en Jesús. Creándose en el ambiente un clima tranquilo y confiado, podemos esperar los mejores resultados.

No hay reglas específicas y formales para la realización de las sesiones espíritas. Entre la oración de apertura y la de cierre se desarrollan las manifestaciones mediúmnicas, bajo la orientación y muchas veces la interferencia de los espíritus directores. El sistema autoritario, en el que el director determina a los médiums recibir las comunicaciones, una cada vez, proviene de la recomendación del Apóstol Pablo a la comunidad de Corinto. En las reuniones de Kardec, aún en las psicográficas, había amplia libertad, permitiendo las conversaciones entre espíritus comunicantes, a veces a través de varios médiums. Léon Denis usaba también de libertad en sus sesiones. Compete a los espíritus protectores determinar cuáles espíritus deben comunicarse y cuales los médiums en condiciones de recibirlos. El director humano de la sesión tiene la función de mantenerla en equilibrio y orientar el desarrollo delos trabajos e intervenir, cuando sea necesario, en el adoctrinamiento y en reajuste de la concentración. Se hay muchos médiums en la mesa, hay naturalmente la posibilidad de atenderse a un número mayor de espíritus, a través de varios adoctrinadores. Lo que importa en el adoctrinamiento no es el hablar mucho, sino hablar con propiedad y con amor, procurando alcanzar la consciencia y el sentimiento del espíritu. Cuando se aproxima el fin del horario destinado a la sesión, el director avisa, para que los médiums lo ayuden en el control de la reunión. Las comunicaciones de espíritus violentos, deseosos de perturbar los trabajos, exigen una actitud enérgica para ser refrenados y apartados. Energía serena, sin agresividad, pero con firmeza. No se debe olvidar que se trata de entidades sufrientes, necesitadas de amparo y orientación. No es la fuerza la que actúa contra el espíritu, ni la elevación de la voz, sino la intención de ayudarlo, el deseo sincero de hacerlo mejorar y tornarse nuestro compañero, porque esa disposición nos da la autoridad moral sobre los espíritus inferiores. Es importante que no falte en nuestra mesa espírita el pan de la oración y la luz del amor. Basta casi siempre una sola palabra de amor sincero para calmar al espíritu más violento. El amor brota de la comprensión humana, de nuestra capacidad de colocarnos en pensamiento en el lugar y en la situación de la criatura que se llenó de odio y violencia en existencias brutales en que el amor no floreció en su corazón.

Una sesión espírita es un acto de amor. No es una ceremonia destinada a la finalidad egoísta de librarnos de espíritus-parásitos, atraídos y alimentados por nosotros mismos, sino con el objetivo de llevar ayuda espiritual a los que padecen. El Espiritismo nos enseña, como enseñó Jesús, que todos somos hermanos y compañeros, creados por Dios para un mismo destino de trascendencia, de elevación espiritual. Ese es el pensamiento central de la comprensión espírita y necesitamos darle eficacia, traducirla en acción.

Tratamos aquí de la sesión mediúmnica común, no de la sesión específica de desobsesión. La sesión rutinaria de los Centros es la que se realiza todas las semanas, en días y horas fijas, disponiendo de una frecuencia regular. Hay quien discrepa de esos trabajos públicos, alegando las exigencias de Kardec en la Sociedad Parisiense, cuando no permitía la presencia en las sesiones de personas que no tuviesen algún conocimiento doctrinario. La medida de Kardec era justa y necesaria en una fase en que el Espiritismo nacía, bajo un clamor universal de protestas y amenazas. Hoy estamos a más de un siglo de esa fase y el Espiritismo sólo es combatido por personas sistemáticas o ignorantes. La mayoría absoluta de las personas que buscan las sesiones está necesitada, tratándose generalmente de médiums en franco desarrollo de sus facultades. Negarles acceso a las sesiones seria como negarle a un sediento acceso a una fuente. La mediúmnidad no se desarrolla por el acaso y mucho menos bajo el poder mágico de la vara de Moisés, que sacó agua de la roca. En general, el desarrollo mediúmnico comienza por diversas perturbaciones y no es raro, por procesos obsesivos. No se puede esperar que una persona en estado de alteración psíquica vaya primero a estudiar una doctrina a través de largos cursos para después someterse a los métodos de cura. Por eso, en las instituciones bien dirigidas las sesiones mediúmnicas normales no se restringen a la práctica mediúmnica. Los trabajos se inician con una lectura o lección evangélica, de El Evangelio según El Espiritismo. Seguidamente se hace una exposición doctrinaria que prepara a los frecuentadores para los trabajos prácticos. Los médiums en desarrollo reciben el mensaje evangélico y las enseñanzas doctrinarias en dosis apropiadas e, inmediatamente, participan del trabajo mediúmnico. Eso contribuye a una comprensión simultánea de la doctrina, de su naturaleza cristiana, de su moral evangélica y de las relaciones directas y necesarias de la teoría y práctica del Espiritismo. Las críticas a ese método se refieren a la extensión de las sesiones. Pero es evidente que la preparación de las temas permite reducir la parte oral a los límites necesarios. El aprovechamiento verificado en los Grupos y Centros que usan este método prueban su validez. En los centros que realizan varias sesiones por semana, la división de los temas puede ser hecha con más amplitud, en varias sesiones. Esto no impide que, además de ese proceso sinérgico o gestáltico, en que el iniciante adquiere desde luego una visión global de la doctrina y de su práctica, el Centro mantenga, en cuanto sea posible, un curso especial doctrinario en otro día y horario.

Si es posible, sería conveniente intercalar los pases entre la parte evangélica y la doctrinaria. Si eso prolonga demasiado la sesión, se puede establecer una sesión especial para los pases, iniciando siempre con una exposición sobre el asunto.

La ventaja de hacer todo en secuencia, en una sola sesión, es la de dar al que se inicia, en dosis apropiadas y en una secuencia natural de tiempo, la práctica y comprensión de la unidad del problema espírita. Esa comprensión, infelizmente, falta hasta en los veteranos del trabajo espírita, debido a la dispersión e incluso a la restricción de las prácticas tradicionales de un aspecto de la doctrina. Claro que el problema de desobsesión en casos graves no puede ser tratado en sesiones de esa naturaleza. Para eso, los Centros bien orientados disponen de sesiones especiales, privadas, con médiums y adoctrinadores capacitados, y siempre que sea posible, con la participación de médicos espíritas conocidos por su desinterés profesional en casos de orden doctrinario. Colocamos estas situaciones teniendo en cuenta nuestra experiencia y de conjunto, observadas atentamente a través de los años de trabajo y estudio incesante. Cuando el sistema es bien aplicado, contando con elementos humanos dedicados, los resultados son siempre sorprendentes. No se trata de una innovación, sino la de una conjugación de prácticas tradicionales que, reunidas y articuladas, producen más y mejor.

En lo referente a la mediúmnidad es necesario el más riguroso criterio kardecista, basado en los libros específicos de Kardec: Instrucciones Prácticas sobre las Manifestaciones Espíritas y El Libro de los Médiums. Esa es la base necesaria e insustituible del estudio y enseñanza de la mediúmnidad. Libros como En lo Invisible, de Léon Denis, y los libros de orientación mediúmnica de Emmanuel y André Luiz pueden también ser usados como subsidiarios, pero jamás colocados como obras básicas de la doctrina. Sin ese criterio, muchos Centros y Grupos, y hasta grandes instituciones, caerían en un plano de misticismo iglesiero y de autoritarismo sacerdotal que desfiguran y ridiculizan el Espiritismo. Precisamos comprender que lidiamos con una doctrina revolucionaria, que debe modificar la rutina espiritual de la Tierra, abriendo las perspectivas de una nueva concepción del Espíritu. Sin eso, nuestra mesa sólo tendrá pan mustio y envejecido.

Tomado del libro: Mediúmnidad
Traducción del portugués: Oscar Cervantes Velásquez 

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